LA INMOLACIÓN DEL CORONEL LEONCIO PRADO GUTIÉRREZ

En nombre del Coronel Leoncio Prado Gutiérrez se ha creado una provincia, erigido monumentos y plazas, construido colegios, escrito libros, bautizado calles y alamedas, y decretado ordenanzas declarando día festivo el día de su fusilamiento. Todos esos honores se los merece. Y muchos más.

Leoncio Prado nació en Huánuco el 24 de agosto de 1853. Fue hijo de María Avelina Gutiérrez y del militar y político peruano, Mariano Ignacio Prado Ochoa, quien fuera presidente del Perú en dos ocasiones. Desde niño demostró su amor por las armas. Cuando solo tenía ocho años de edad fue reconocido como soldado distinguido en el Regimiento “Lanceros de la Unión”. A los doce, en 1865, fue incorporado como guardiamarina en la fragata “Apurímac”.

Prado amó siempre la libertad. Por ello, participó en guerras contra España en Cuba y Filipinas. Pero más importante aún, Leoncio Prado amó con total devoción a su patria, el Perú. Pese a que pudo abstenerse de arriesgar su vida debido a la posición de su padre y viajar a algún país europeo a esperar con tranquilidad que acabara la guerra, regresó al país para incorporarse al Ejército, haciéndolo con el grado de coronel.

Su vida está llena de extraordinarias experiencias de lucha por la defensa de la patria en incontables batallas que no hicieron más que engrandecer su inconmensurable amor por el Perú. Sería, pues, interminable enumerar todas ellas. Así, compartiré en este artículo extractos del episodio inmortal de su inmolación narrado por un oficial chileno.

El 26 de mayo de 1880, Prado peleó en la Batalla del Alto de la Alianza, “donde se batió con singular denuedo”. Lamentablemente, su hermano Grocio perdió la vida en combate. Leoncio cubrió la retirada del ejército aliado y se desplazó hasta Tarata, lugar en que fue capturado el 21 de julio, tras presentar feroz combate junto con sus “Guerrilleros de Vanguardia”. Allí, las fuerzas chilenas eliminaron a casi todos los heridos. Cuando estuvo a punto de correr la misma suerte, un oficial chileno -sorprendido por su valor y fiereza- evitó que sus soldados disparen contra él. Entonces, lo condujo donde el Coronel Orizombo, quien había liderado su persecución desde el Alto de la Alianza. El coronel chileno también quedó conmovido con el relato del combate y le dijo: “Quiero que mis oficiales se honren con la compañía de usted”. Luego de ello, hecho prisionero, lo trasladaron a Chile, donde vivió la etapa más dolorosa de su vida.

Fueron muchas las ocasiones en que le ofrecieron la libertad a cambio de que desistiera de seguir combatiendo contra las tropas chilenas. Tantas fueron las veces que rechazó el ofrecimiento. Sin embargo, se dio cuenta que cautivo nada podía hacer para seguir defendiendo a su patria. Entonces, hizo creer a los chilenos que finalmente aceptaría la propuesta. Con la promesa de no pelear más, fue puesto en libertad. Empero, su amor por el Perú pudo más y escribió: “Cuando la patria se halla subyugada, no hay palabra que valga sobre el deber de libertarla”. Leoncio Prado había vuelto más fuerte que nunca.

Bajo el mando del Brujo de los Andes, el General Andrés Avelino Cáceres, combatió en la Campaña de la Breña. El ejército de Cáceres sufría las consecuencias del desgaste en la sierra. Los montoneros, pobremente armados, pero valientes y aguerridos, continuaban luchando. El 10 de julio de 1883, en Huamachuco, sufren su peor derrota. Algunos señalaron en más de mil los muertos y heridos. Cáceres logró huir para continuar con la resistencia, pero el coronel Leoncio Prado cayó herido gravemente en la pierna y volvió a ser capturado días después. Esta vez no correría la misma suerte.

En el momento de su interrogatorio, Prado fue acusado de faltar a su promesa y condenado a morir fusilado. Ante ello, él respondió que “en una guerra de invasión y de conquista como la que hacía Chile y tratándose de defender a la Patria, podía y debía empeñarse la palabra y faltar a ella”. Además, agregó: “me he batido después muchas veces defendiendo al Perú y soporto sencillamente las consecuencias. Ustedes en mi lugar, con el enemigo en la casa, harían otro tanto. Si sano y me ponen en libertad y hay que pelear nuevamente, lo haré porque ese es mi deber de soldado y de peruano”. Todo estaba consumado. El 15 de julio de 1883, Leoncio Prado Gutiérrez fue fusilado.

Todos los oficiales chilenos guardaban profundo respeto y admiración por “Pradito”. Así era como respetuosamente lo llamaban. Por ello, se les hizo difícil comunicarle la decisión y más aún cumplir la orden. Finalmente fue el Subteniente Ramírez quien tomó la decisión de hacerlo. “Mi coronel, buenos días. Una mala noticia le traigo”, le dijo a Prado. No era necesario decir más. Leoncio Prado lo supo de inmediato. Eso sí, exigió que se le fusilara en la plaza y con los honores que su rango le merecían. Su deseo no fue cumplido, mas se le proporcionó una hoja y un lápiz para escribir a su padre. “Mi queridísimo padre. Estoy herido y prisionero; hoy a las ocho y media debo ser fusilado por el delito de haber defendido a mi patria. Lo saluda su hijo que no lo olvida”, se despidió Leoncio.

Dos eran los soldados que lo iban a fusilar. Él pidió que fueran cuatro, a quienes les dio instrucciones precisas sobre dónde y cuándo disparar. Sobre ese inmortal episodio, el Capitán chileno Rafael Benavente narró al historiador Nicanor Molinare lo siguiente: “Y aquel bravo soldado, sin la menor emoción sin recriminación alguna, se alistaba de ese modo para morir. ¡Qué hombre tan sereno y tan valiente! Nos colocamos tras de los 4 soldados; las lágrimas nublaron mi vista. ¡Todos lloramos, todos, menos Pradito! Tomó la cuchara, le pegó un golpecito para limpiarla, enderezó un poco más el cuerpo, se irguió; saludó masónicamente con la cuchara, pegó pausadamente los 3 golpes prometidos, sonó una descarga y, dulcemente, expiró en aras a su patriotismo, por su nación, por el Perú, el hombre más alentado que he conocido, el heroico Coronel Leoncio Prado”.

Así se extinguió la vida del heroico y valiente Coronel Leoncio Prado Gutiérrez, un hombre que demostró su gran amor por la patria hasta el último minuto de su vida.

Que su ejemplo guíe e ilumine los pasos de todos los soldados y, en especial, de quienes pertenecen al Servicio de Material de Guerra del Ejército del Perú, quienes tienen el honor de tenerlo como patrono.

Autor: Teniente Coronel EP Richard Villanueva Apuela.

Referencias:

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