Pedro Ruíz Gallo, dejó a la posteridad una expresión que encierra el cabal significado del honor, patriotismo y la distinción exacta de los intereses personales frente a los intereses nacionales: “…yo, como peruano, prefiero sucumbir cien veces a ser simple espectador de esta afrenta y humillación. Nada exijo, mis servicios son patrióticos y ojalá correspondan, a la altura de la causa que defienden”.
Pedro Ruíz Gallo, fue un militar, inventor, investigador, explorador, músico, mecánico, cartógrafo –pero, para efectos de esta efemérides, se tratará sobre su condición de soldado. De su amor a nuestra patria, trascendió el legado histórico para todas las generaciones, con una herencia espiritual, de valores difícilmente comparables; estas han sido las razones por las que el Ejército del Perú le tributa el justo y magno reconocimiento, como patrono del arma de Ingeniería.
Aquel multifacético soldado, incursionó en la medicina, pues en 1856 descubrió la vacuna contra la viruela, aporte determinante para salvar la vida de cientos de personas que padecían de esta enfermedad infecciosa y contagiosa; esta hazaña, le confirió el título de “médico militar salvador”.
Es considerado pionero de la aeronáutica, gracias a su obra: “estudios generales sobre la aviación aérea y resolución de este importante problema”, publicada en 1878, y que trata de las posibilidades del globo aerostático como medio de transporte, diseñando a la par, un aparato volador llamado el “ornitóptero”, con forma de ave y que funcionaba con propulsión a motor, realidades de nuestra cotidiana actualidad pero que solo mentes privilegiadas y sin temor, podían visualizar.
Esta capacidad de genio, lo llevó a embarcarse en una sus empresas más ambiciosas, su invento más conocido: el reloj. Su construcción duró cuatro años y fue considerado una obra de genialidad indiscutible, constituido por cinco cuerpos que marcaba las horas, cuartos de hora, mostrando los minutos y segundos, señalaba los días, los meses, las estaciones, los años, los siglos, las fases de la luna y el curso del sol. Mediante un engranaje presentaba —cumplida cada hora del día— un cuadro de la historia del Perú y reproducía dos escenas fundamentales: el izamiento y arriamiento del pabellón nacional, mientras dejaba escuchar, el Himno Nacional. Para su presentación, pocos días antes de la batalla de Ayacucho, esgrimió, en sus palabras llenas de principios y humildad lo siguiente: “eximio señor: comprendo que se debe haberme juzgado temerario porque sabía que no he tenido la envidiable fortuna de iniciarme en las ciencias; pues soy un rudo soldado que ha adquirido, como otros más felices, la verdad en los libros, contemplando los grandiosos monumentos que son el orgullo de los pueblos y de la civilización moderna. Me limito por tanto a hacerle una descripción de mi modesta obra sujeta a los errores de mi pobre ingenio”; sin lugar a dudas, expresión de una nobleza, digna de hombres únicos y que trascienden la esfera de lo mortal.
Su afán innovador y de búsqueda de progresos, permitió también el descubrimiento de nuevas rutas para integrar a nuestros hermanos en la amazonia, el levantamiento de cartas y planos de sus exploraciones y muchos otros logros, que no soslayaron su vocación de soldado, puesto de manifiesto en la organización del batallón “Voluntarios de Bellavista”, que participó en el glorioso combate del 2 de mayo y, sobre todo, el de inventor bélico de características singularísimas y acendrado patriotismo; evidenciado cuando el peligro acechó en nuestro suelo, levantándose con un inquebrantable impulso, para impedir que el honor y los intereses nacionales sean vulnerados, circunstancias que motivaron que se llene de gloria, un día como hoy, hace 143 años, al situar toda su sapiencia, al servicio del país en el intento de perfeccionar un artefacto explosivo, destinado a hundir la escuadra enemiga que bloqueaba nuestro primer puerto. El infortunio del destino, ocasionó la explosión prematura del mismo y en el acto se da el fallecimiento del Teniente Coronel Pedro Ruíz Gallo, negándose al Perú las posibilidades de cambiar el rumbo de la historia de una infausta guerra.
Hoy, los ingenieros militares, tenemos como paradigma el ejemplo que nos ha dejado a todas las generaciones, por eso, con el mismo respeto y veneración que profesamos al Teniente Coronel Pedro Ruíz Gallo, rendimos también un tributo de reconocimiento y gratitud a los preclaros ingenieros del ayer, que forjaron durante años la ingeniería militar de hoy; en ellos permanece intacto el legado de nuestro patrono, forjado por triunfos y la actitud vencedora frente a las adversidades, convirtiéndose en modelos de vida que constituyeron vivencias dignas de emular, hoy, mañana y siempre.
El Teniente Coronel Pedro Ruíz Gallo está y permanecerá por siempre en la memoria de quienes tenemos el honor de vestir el uniforme de la patria, orlado por el azul turquí, el cual es parte del emblema del Arma de Ingeniería.
Autor: General de Brigada Adolfo Gustavo Carbajal Valdivia, docente facilitador de la Escuela Superior Conjunta de las Fuerzas Armadas.