La historia deja siempre asuntos sin profundizar, “vacíos” que generan en algunos la curiosidad de investigar. Por ellos se puede crear otras historietas y relatos, y estos suelen cambiar algunos aspectos de la historia, pero difícilmente la totalidad. Difícilmente mas no imposible…
El Perú durante la guerra del Pacifico tuvo un aspecto que es comúnmente conocido; y es que su fuerza armada no estuvo preparada para afrontar un conflicto bélico de esa naturaleza, y su aliado Bolivia tenía una situación militar similar o peor. Sin embargo el valor, coraje y honor de los militares peruanos, fueron ingredientes que lograron salvaguardar el honor nacional para la eternidad.
Capturado el Monitor Huáscar, y tras el desembarco chileno en Pisagua el 2 de noviembre de 1879, el Ejército chileno en actitud ofensiva inició una serie de acciones al interior del departamento peruano de Tarapacá con el fin de consolidar sus posiciones y asegurar las vías de comunicación y suministros.
El 6 de noviembre en Germania (punto entre Dolores y Tarapacá) se encontraron los escuadrones de reconocimiento de ambos Ejércitos; el reconocimiento peruano a pie y el chileno a caballo; sin encarar pelea los chilenos confirmaron una caótica situación de las tropas peruanas. El 19 de noviembre se da la batalla de San Francisco en Dolores, ambos incidentes fueron preámbulo para generar condiciones ideales para que el Ejército chileno adopte una actitud más ofensiva. Otro evento de importancia que favorecía a los chilenos ocurrió en Camarones, donde el Ejército boliviano al mando del general Hilarión Daza, que marchaba para encontrarse con las fuerzas de Juan Buendía, retornó a Arica sin enfrentar batalla alguna. Fue entonces que el Ejército peruano se vio forzado a abandonar Tarapacá y replegarse hacia Tiviliche para luego marchar hacia el puerto de Arica, con el fin de reunirse con las fuerzas aliadas que se encontraban en esa posición.
Los chilenos en Pisagua impidieron el repliegue peruano hacia Arica, por lo que la fuerza peruana decidió evadirlo por el este, siendo necesario subir a las alturas del desierto interior. Así, se agruparon en la aldea de San Lorenzo de Tarapacá en la llamada quebrada de Tarapacá. La idea era reabastecerse de agua y víveres; y descansar a la tropa del trayecto de más de 55 km que ya habían hecho entre Dolores y su actual posición. En esta aldea se concentraron personajes tales como el Coronel Belisario Suarez, el Coronel José Miguel Ríos, el Coronel Cáceres, Coronel Alfonso Ugarte y el Coronel Francisco Bolognesi, enfermo en cama.
Al conocer esta situación, el Ejército chileno requería más información, por lo que el teniente coronel José Francisco Vergara en Pisagua solicitó autorización al general Erasmo Escala para hacer un reconocimiento hacia Tarapacá con un escuadrón de caballería y confirmar el número y estado de los efectivos peruanos. Ante este requerimiento y a causa de la información que tenían los chilenos sobre las fuerzas peruanas en Tarapacá, se pensaba que los peruanos no eran superiores a 1000 hombres mal armados y fatigados, así es que el general Erasmo Escala pensó que talvez el mismo reconocimiento podría aprovechar el momento y de ser cierto atacar, por lo que ordenó que a la expedición de Vergara se añadiesen 270 hombres del regimiento Zapadores al mando del teniente coronel Ricardo Santa Cruz Vargas, una columna de artillería con 27 hombres y dos piezas de artillería al mando del alférez José Manuel Ortúzar. Este grupo salió desde Dolores el día 24 de noviembre, por el camino de Pozo Almonte, unos 400 hombres en total.
Al amanecer del día 25, los exploradores de la columna de Vergara apresaron a un arriero argentino, tomado como espía peruano, quien afirmó que en Tarapacá la fuerza era de 1500 hombres, no se sabe si aquel hombre mintió o se equivocó pero la fuerza peruana era mayor en hombres. Vergara a pesar de ver que los peruanos estaban en una mala situación, y no tenían armas pesadas; igual desistió de su plan inicial de atacarlos con una fuerza de reconocimiento superior en medios pero inferior numéricamente. Entonces solicitó al cuartel general una fuerza adicional de 500 hombres de tropa, y el general Escala consiente en enviar a la división del coronel Luis Arteaga que, desconocedor de la guerra en el desierto, no toma los preparativos adecuados de munición (asigna sólo 150 tiros por hombre), agua, víveres o forraje y marcha hacia Tarapacá el día 25. La intención de estas fuerzas era encontrarse con Vergara en Negreiros, pero este no esperó y decidió avanzar porque unos campesinos peruanos vieron la preparación chilena, y temía perder la sorpresa.
Cuando la división Arteaga, al llegar a Negreiros ya no encuentra a Vergara, Arteaga envía un mensaje a Vergara para proceder a la concentración de las tropas, Vergara tenía que decidir entre; regresar a Negreiros y luego hacerlo nuevamente hacia Tarapacá lo que sería doble esfuerzo para las tropas, o esperar a Arteaga; optando por la segunda opción. Esto obligó a que la división de Arteaga salga apresuradamente hacia Tarapacá y sin aprovisionamientos adecuados.
A las 00 horas del 26 de noviembre, la división chilena de Arteaga se unió con la avanzada de Vergara juntando 2281 hombres. La decepción del encuentro fue mutua entre ambas fuerzas, ya que cada una esperaba que la otra tuviera suministros de agua, víveres, y munición, pero nada de eso había. Así, el día 26 de noviembre a las 15 horas, se puso en marcha la División chilena, con 1900 hombres casi todos a pie. Estaba conformada por el Regimiento 2º de Línea con dos batallones, el Batallón de Artillería de Marina con dos piezas de bronce de 4, el Batallón Chacabuco, una Batería de Artillería con 4 piezas Krupp y un Piquete de Cazadores a Caballo.
Vergara en su último reconocimiento antes del ataque, apreció la llegada a la quebrada de la división peruana al mando del coronel José Miguel Ríos, por quien los oficiales chilenos tenían gran reconocimiento de su capacidad, asimismo el comandante del Batallón Iquique, Coronel Alfonso Ugarte. Llegaron fatigados y en situación precaria. Las patrullas de reconocimiento de Vergara calcularon en unos 1000 los hombres que llegaban con Ríos, los que sumados a los que se creía en Tarapacá, sumarían según el mando chileno, unos 2500 hombres.
En estas condiciones se inició el ataque. La primera división, al mando de Santa Cruz rodearía por las alturas de la quebrada para tomar posición en una aldea llamada Quillaguasa, al norte de Tarapacá, con la idea de cortar la retirada peruana. Una segunda división al mando de Eleuterio Ramírez avanzaría por el centro de la quebrada, atacando a las tropas peruanas frontalmente en la aldea. Una tercera división al mando del propio Arteaga atacaría de flanco, desde los bordes superiores de la quebrada para encerrar y destruir la fuerza peruana.
El éxito del ataque chileno se basaba en que los peruanos no tenían medios y armas importantes y a la presunción de que en Tarapacá habría en el peor de los casos una fuerza de número similar o ligeramente superior a la chilena, además se contaba con el factor sorpresa como una ventaja decisiva al momento de empeñar el combate. Sin embargo; aunque la potencia combativa relativa chilena era superior en 4 a 1 por sus medios, y a pesar que los peruanos no tenían caballos ni artillería importante, el número de efectivos peruanos era superior al de los chilenos.
La segunda ventaja del plan chileno, la sorpresa, empezaba también a desvanecerse, puesto que la tropa de Santa Cruz quedó a la vista de unos arrieros peruanos que notaron su presencia. Los oficiales peruanos captaron inmediatamente el peligro que corrían y lograron comprender en pocos minutos el plan de los atacantes. Rápidamente se impartieron las órdenes respectivas para sacar a sus tropas del fondo de la quebrada y llevarlas a lo alto.
El Coronel Cáceres, con la 2da División debía escalar con prontitud para desalojar a las fuerzas adversas, el Coronel Castañón con la 1ra compañía del Arequipa y la Columna de Artillería, en la cuesta Visagra, para cerrar el paso a los que intentaran ingresar a la quebrada por el sur, el Coronel Bolognesi dejo su descanso en cama y se puso al frente con la 3ra División en pendientes del cerro Tarapacá, el Coronel Ríos con la 5ta División se ubicó en pendientes del cerro Redondo y el Coronel Bedoya con la División Exploradora en el pueblo junto a los pobladores que con papas y picos se presentaron a defender la ciudad.
El combate comenzó cerca de las 10.00 horas, y durante el desarrollo de la acción se pueden distinguir tres fases: desde el inicio hasta cerca de las 16:00 horas en que se inicia una pausa que dura hasta el reinicio de la lucha con los refuerzos peruanos que volvieron desde el norte hasta la retirada de las fuerzas chilenas.
Así, se trata de un combate donde el defensor ya no podía ser sorprendido y peor aún se generaliza con la iniciativa de los peruanos. La batalla se da de acuerdo a lo planeado por ambos bandos. De esa forma la defensa sorprende a los chilenos. Las bajas comenzaron a producirse en ambos bandos dada la corta distancia en que estaban rotos los fuegos.
A eso de las 11.00, se producen simultáneamente incidentes que con seguridad significan el curso del resultado de la batalla, y es que Cáceres y sus hombres bajo fuego intenso enemigo se dirigen hacia las alturas en misión suicida para tomar las posiciones chilenas cuesta arriba, en este momento es herido de bala y cae de su caballo, sin embargo con la sangre en su cuerpo y rostro toma su fusil y con grito de guerra continúa subiendo, lo cual significo un fuerte impacto de motivación para sus hombres quienes se enrazaron y arremetieron contra las posiciones de artillería chilena, obligándolos a retroceder. Aquí los peruanos pasan al ataque y la tropa chilena de la división Santa Cruz empieza a tambalearse.
Mientras se desarrollaban estas acciones, la división Arteaga que se encontraba rezagada, al escuchar que se había entablado batalla redobla el paso y llega al lugar del combate en el momento en que se dispersaba la tropa de Santa Cruz, con lo que los chilenos reorganizan sus filas y vuelven a establecer posiciones defensivas. Entonces Cáceres, detenido ante el número, pidió refuerzos, formados por el batallón Iquique y las columnas Loa y Navales de la 5ta División, que ya habían cooperado en la quebrada a rechazar a las fuerzas de Ramírez. En el momento que este refuerzo llegaba, se presentó la compañía de Granaderos, que al oír los tiros había regresado de Quillaguasa.
Mientras todo lo anterior acontecía en lo alto de la quebrada, la división chilena del teniente coronel Eleuterio Ramírez avanzaba por el fondo de la quebrada según el plan. Al igual que Santa Cruz, no se salió de las órdenes que tenía y siguió avanzando por donde tenía previsto, pese a que la estrategia planeada ya no tenía sentido. En este momento también se suscita otro incidente trascendental que inyecta moral a las tropas; el Coronel Ugarte es herido de bala en la cabeza pero luego de ser atendido solicita regresar al combate y a pesar de las recomendaciones de sus superiores de descansar; decide seguir peleando. De acuerdo a las versiones que se conservan de esta parte del combate, los primeros soldados chilenos en entrar en el pueblo fueron los portaestandartes, cuya insignia se convirtió en un objetivo de guerra para ambos bandos. Debido a la posibilidad de perder el pabellón, la tropa chilena cargó contra el pueblo en lugar de buscar posiciones más ventajosas, cuestión que causó una cantidad de bajas catastróficas. Simultáneamente, las compañías enviadas a contener a Bolognesi eran rechazadas con enormes pérdidas.
En lo alto la situación era crítica para los chilenos tras la llegada de la división de Ríos, cuando el arribo de los granaderos chilenos que regresaron al galope desde Quillaguasa cambió la faz del combate. Dando un rodeo, los granaderos de Villagrán llegaron al sitio del combate. Se formaron en posición de ataque y cargaron contra los peruanos de Cáceres que en ese momento empezaban a quedarse sin municiones, sin embargo ya los refuerzos estaban en camino. Ante la carga de la caballería y con pocos medios para contrarrestarla, la fuerza peruana retrocede, lo que da un nuevo ímpetu a los chilenos que contraatacan. Lo difícil y estrecho del terreno no hizo posible que los granaderos atacaran la retirada peruana, y la misma presencia de ese cuerpo impedía también una carga de la infantería. Pero el batallón Iquique, que seguía de cerca a los anteriores, a órdenes de Alfonso Ugarte, contuvo la carga con su fuego en escalón retrasado. El batallón 2 de Mayo avanzó y tomó otros dos cañones más, los cuales fueron utilizados contra los chilenos.
Toda esta situación causó una enorme confusión en ambos bandos, que fatigados suspendieron la lucha y sin proponérselo ninguno de los dos bandos, se produjo una tregua, retirándose los peruanos para reorganizarse y aprovisionarse de munición, en tanto que los chilenos se abalanzaban al fondo del valle, ya sin presencia peruana, para beber y descansar. En este momento, la batalla entraba en una segunda fase.
Eran las 13 horas del 27 de noviembre de 1879, ambos bandos recogían a los heridos y se contabilizaban las bajas. En el lado peruano, ninguno de los oficiales había pensado en dejar escapar una victoria que ya tenían por cierta, y su retirada había sido un repliegue estratégico necesario para rearmarse, ya que la intensidad del combate había vaciado las cartucheras de los soldados. En todo este trajín transcurrieron unas 4 horas. Para fortuna de los peruanos, los chilenos estaban totalmente desorientados respecto a lo que estaba sucediendo en realidad y no tomaron medidas especiales de defensa ni de repliegue, lo que significó que la demora en la reorganización peruana no impidiera la reanudación del combate en una postura favorable. Los chilenos descuidaron las guardias y dejaron pastar a los caballos libremente.
Las tropas peruanas que en la mañana del 27 se encontraban en Pachica, llegaron durante la tregua. Eran unos 1440 hombres en 4 batallones uno de los cuales, el Nº 8 estaba al mando del coronel tarapaqueño Remigio Morales Bermúdez. Nuevamente se entabla combate con las mismas características e intensidad que el de la mañana. Las dos piezas de artillería que quedaban disponibles a las tropas chilenas de Arteaga son capturadas por los peruanos, que las emplean contra sus antiguos dueños, en tanto la infantería atacaba incesantemente con el fin de evitar la retirada chilena hacia el desierto. En el fondo del valle, perdía la vida el comandante del 2do de Línea y jefe de la segunda división, Coronel Eleuterio Ramírez, transformándose en el oficial chileno de mayor graduación muerto hasta el momento en la campaña. Sin dejar de combatir, los chilenos dan definitivamente por perdido el campo y se retiran hostigados en todo momento por los peruanos, producto del combate y una fuerza peruana tenaz en la persecución. Los peruanos no contaban con caballería, por lo que la persecución no se pudo mantener. El triunfo peruano en este combate sin embargo era definitivo.
Los chilenos contabilizaron 516 muertos y 179 heridos, los peruanos dieron en sus partes un total de 236 muertos y 261 heridos. Las pérdidas de oficiales en ambos bandos fue especialmente reseñable: Por los chilenos puede mencionarse al teniente coronel Eleuterio Ramírez, comandante del 2º de Línea y a su segundo comandante, Bartolomé Vivar, que no sobrevivió a sus heridas. En el Perú, se lamentaron la pérdida del comandante del 2 de mayo, Coronel Manuel Suárez y del subteniente Cáceres (hermano del coronel Andrés Cáceres)
La batalla de Tarapacá es la única victoria de la guerra del Pacífico con una demostración del patriotismo más glorioso, pues fue alcanzada por un puñado de valientes en una lucha encarnizada contra un Ejército invasor superior en medios, valiéndose de su valentía, coraje y honor. Si el Ejército Peruano hubiera tenido más apoyo en medios militares y no las carencias que tuvo, por así decir; tener una buena caballería, vehículos, artillería, logística, etc., hubiera concentrado fuerzas y perseguido al grueso del Ejército chileno vencido en Tarapacá, lo cual hubiera significado un giro total en el curso final de la guerra; sin embargo, luego de la victoria en Tarapacá, los peruanos tuvieron que abandonarla y entregarla Tarapacá, replegándose hacia Arica, donde al final se perdió tanto Tarapacá como Arica y con ello la guerra. No olvidemos la historia y aprendamos de ella.
Autor: Teniente Coronel EP Jordan Torres Gómez