José Abelardo Quiñones Gonzales nació el 22 de abril de 1914 en Pimentel, Lambayeque, bajo un cielo que quizás ya presagiaba su destino. Desde joven mostró una fascinación por volar, un sueño que lo llevó a ingresar a la Escuela de Aviación Jorge Chávez en 1935. Su destreza, disciplina y espíritu indomable pronto lo destacaron como uno de los mejores pilotos de su promoción. Se graduó en 1939 con el grado de alférez y fue asignado a unidades de combate en un momento en que la región vivía tensiones fronterizas. Estaba por escribir su capítulo en la historia.
Hay corazones que jamás dejaran de latir, no interesa si se deja o no la vida terrenal. Hay vuelos que no terminan en un aterrizaje, sino más bien, se quedan en nuestras mentes, prendidos en nuestra piel y se funden con la historia para volverse eternos; no cabe duda, que uno de esos corazones, uno de esos vuelos, es el del capitán FAP José Abelardo Quiñones Gonzales, el joven aviador peruano que eligió inmolarse por su patria en un acto de heroísmo que aún resuena en el cielo de nuestra memoria.
Para perpetuar su sacrificio, el Perú conmemora cada 23 de julio el Día de la Aviación Militar y de la Fuerza Aérea del Perú en homenaje a su valor, sacrificio; pero más allá de los actos protocolarios, esta fecha es un recordatorio profundo del coraje, el amor patrio y la entrega absoluta de un hombre que decidió no salvar su vida para proteger a los suyos. Ese día rendimos tributo al alma misma de la aviación militar, a ese impulso de volar más alto que el miedo, más alto que la muerte, más alto que uno mismo. Celebramos una historia que no solo se cuenta: se siente. Es una llama que no se apaga, un vuelo que nunca aterriza. Porque José Abelardo Quiñones, en Quebrada Seca, se hizo eterno; voló a la eternidad, y por eso el cielo peruano tiene hoy nombre propio.
Aquel 23 de julio de 1941, durante el conflicto con el Ecuador, el capitán Quiñones participó en una misión de ataque contra posiciones enemigas en Quebrada Seca, piloteando su caza North American NA-50 “Torito”. Fue alcanzado por fuego antiaéreo; herido y con su avión en llamas, tomó una decisión que lo elevaría para siempre. En lugar de abandonar la nave, la condujo en picada directa contra la batería enemiga, destruyéndola por completo y sacrificando su vida para proteger a sus compañeros y asegurar el éxito de la operación. No fue solo un acto militar, fue un poema de valentía y amor a la patria, escrito en el aire; un vuelo eterno que no termina cuando el motor se apaga, guiado por ese corazón que, aun cuando deja de latir, siguen marcando el rumbo de una nación.
Desde entonces, Quiñones no habita un mausoleo, sino los cielos. No descansa en la tierra, sino en el aire que defienden nuestros aviadores. Su vuelo no fue el último, fue el primero de muchos que hoy surcan el firmamento con honor, coraje y amor al Perú.
La gesta de Quiñones conmovió la conciencia y la gratitud nacional. Por ello, el Perú lo reconoció oficialmente como Héroe Nacional mediante Ley N.º 16126 en 1966. Su inmolación no solo fue un acto de valor individual, sino también el cimiento moral sobre el cual se erige la identidad de la Fuerza Aérea del Perú. Es en su memoria que, cada 23 de julio, en las bases aéreas, en las escuelas de formación y en cada piloto que surca los cielos, se conmemora esta gesta ejemplar. Su historia nos enseña que hay causas más grandes que uno mismo, y que la verdadera grandeza no está en el poder, sino en la entrega.
José Abelardo Quiñones Gonzales no murió ese 23 de julio. Ascendió, se convirtió en símbolo y voló a la eternidad, porque tuvo el valor sagrado de jamás aterrizar.
Autor: General de Brigada (R) Adolfo Carbajal Valdivia, docente facilitador de la Escuela Superior Conjunta de las Fuerzas Armadas.

